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Festival de Gijón (II): La llama que no cesa

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Coinciden los asiduos al Festival de Gijón en afirmar que, al menos durante los últimos años, la calidad media de las películas españolas presentadas a concurso ha sido llamativamente ínfima, como si su única función en la programación fuera cubrir una cuota de dudoso cometido. Quizá por ello cabía esperar que en la presente edición Fuego, único trabajo nacional de la Sección Oficial, se alejase de esa condición para ofrecer algo más cercano a los cánones de un certamen. Pero nuestro pronóstico no podía errar más: la película de Luis Marías cuenta con una concepción del drama tan retorcida que acaba resultando hilarante, a través de unos diálogos tan risibles que incitan a ser recogidos en un texto anexo y algunas secuencias tan gratuitas y mal rematadas que podrían pasar por sketches de ‘Vaya semanita‘ sobre el conflicto vasco. La concatenación de tragedias personales une a un José Coronado pasadísimo de rosca con su hija minusválida, un inmigrante polaco con acento de Bollullos y el vástago con síndrome de Down de un etarra encarcelado. De dirección tan obsoleta como rebosante de tópicos, lo más favorable que se puede decir de la venganza de un policía contra la familia del hombre que destrozó su familia en un atentado de ETA es que desde luego resulta un entretenimiento sublime, aunque nos tememos que no del modo que pretendía.

También del lugar común emocional abusa la coreana Hope (So-won), aunque ofreciendo resultados algo más dignos. Lo que en principio apunta a exploración de la venganza muta pronto en un pastiche tan curioso como desconcertante, a caballo entre la trillada peripecia judicial y una mirada hacia la infancia similar a la de autores como Hirokazu Kore-eda. Aunque si de algo carece la obra de Lee Jong-Ik es, a todas luces, del tacto de autores como el japonés: si una cosa no necesitaba la historia de una niña violada y el progresivo abandono de sus traumas gracias al esfuerzo de su padre era tender continuamente al subrayado sentimental, a la mixtura de contenidos tan afectados que acaban saturando sin remedio. La propensión al exceso asociada al cine coreano, por tanto, marca para bien y para mal un simpático desatino que nos ha regalado uno de los descubrimientos mundanos del festival: el personaje referente de los niños del país asiático es una salchicha.

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Para el final de la jornada aguardaba uno de los trabajos más interesantes degustados hasta la fecha. La alemana Jack desprende una sensibilidad que la asimila a los trabajos de los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, cuya sombra sobre el cine social que testifica las odiseas cotidianas de la Europa de hoy es sin duda cada vez más alargada. La cámara de Edward Berger es sigiloso perseguidor de las desventuras de un niño cualquiera, de extracción social aparentemente despreocupada, cuya situación familiar le obliga a ejercer las responsabilidades de un adulto a cargo de su hermano menor en una espiral que acaba convirtiendo la supervivencia en el único juego posible. El estilo naturalista, apenas quebrado por la inoportuna aparición de música en algunas secuencias, favorece el alcance de un trabajo en el que las calles de Berlín ejercen como otro personaje más, cuya monstruosidad da la espalda a dos hijos de un tiempo que ha encontrado en este habitual director televisivo a otro implacable cronista.

Sergio de Benito



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